jueves, 22 de abril de 2010

CALIGRAMA BASADO EN EL CUENTO EL JARDÍN DE LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN DE JORGE LUIS BORGES

Como prisionero de guerra tenía muchos sueños. Pero todos acababan donde empezaban las gotas que escurrían en el techo. Por pequeños instantes pretendía que era libre después de llegar a casa y dar toda la información, para que al peor de los reos se le absolviera por tan buen acto de redención. Después un clic de una gota me estremecía y me volvía al presente donde no había ni espacio ni recuerdos. Sólo los pasos del general, que por ratos miraba mi celda, me estaban volviendo loco de desesperación.


Comenzaba a recordar mi infancia cuando podía correr libremente por el jardín. Era claro, era verde, las cosas parecían relucir más, cuando se les prestaba atención todo lo del fondo pasaba a un segundo plano. Las rodeaba un resplandor que era del mismo color del objeto. Yo me quedaba mirándolo y perdía la razón, me sumergía en un sueño que era azul y blanco. Segundos después, un sonido leve me despertaba y me hacía ver que había dos caminos: uno, el que ya había tomado, y el otro de donde venía el sonido. En ese instante me sentía mareado y todo se comenzaba a estrechar y a girar. Se convertía en una espiral que giraba en contrasentido, me hacía correr pero yo no era lo suficientemente rápido para ganarle. Se tambaleaba, se abría arriba y me engañaba. Sabía que era tiempo perdido, pero ¿qué más podía hacer? En los momentos en que mi energía me lanzaba contra las paredes, volvía a oler la humedad de las mismas; creo que era asqueroso el olor salado y podrido de mi mismo ser. Todo se revolvía, mi inmunda humanidad trataba de matarme, no era suficiente el que ya otros lo desearan. La espiral no se detiene, tambalea, se repliega, se abre, se cierra, me desgarra con sus filos, me mantiene pálido, pero aún sobrevivo. Sólo espero salir a correr.

Ni por un segundo pensé que podría escapar, era demasiado listo, demasiado lobo. Era como un gato que sólo cazaba por placer, pues su barriga ya estaba llena.

Estaba decidido a correr, pero allí estaba el General, siempre con la quijada en lo más alto cumpliendo las rondas de los turnos que le correspondían. Sin parpadear ni por un instante, sólo vigilaba: —Me voy a encargar de mantenerte vivo, y que todas tus noches y días sean dislocadas. Voy a hacer que lo pasado sea un millón de heridas para que sea la manera en que tú digas que es inolvidable. Que no lo vas a perdonar y así, con sucesivos trances, ya entrados en tu locura te puedo decir que los delfines van a comenzar a danzar.

Catherine Duque
Óscar Olvera

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